Ahora le pido palabra al corazón, ahora sé que la palabra cuando sale desde ahí sana, sostiene el proceso y guía el camino.
Me encanta las palabras, me apasiona la lectura, mis tesoros son mis libros, y eso no significa que lea rápido, o esté todo el día leyendo, no. Atesoro ese momento de lectura en mi día como un bello regalo que me hago.
Me encanta las palabras que contengan la letra “L”, me traen dulzura, ternura, suavidad…y ambas forman parte de mi camino, aunque haya estado años sin saberlo y por momentos sin sentirlas en mi vida.
Vengo del mundo de la danza, y el bailarín lleva al cuerpo a extremos, por lo que para paliar esto, he sido buscadora del bienestar en mi práctica de recuperación. Me hice especialista en técnicas corporales para poder regalarme esa dulzura que faltaba por otro lado.
La palabra alma tiene “L”, la palabra doula también.
Siento que mi alma es alma de doula, vino a recordar a esta tierra quién soy realmente.
Después de tener a mi hijo, hubo en mí una rotura, algo se quebró por dentro, y surgió el dolor que necesitaba ser acompañado con paciencia y amor.
En ese momento, no sabía cómo hacerlo y para emprender el camino de retorno a casa, me certifiqué como doula.
La doula es la que se acompaña así misma en sus procesos vitales de vida, muerte y renacimiento, la que aprende a escuchar su dolor, para después acompañar a otras mujeres.
A lo largo de todos estos años he ido recibiendo a todas mis edades: la llegada de mi niña herida, de la adolescente que tuvo su primera menstruación, de la joven que experimentó los límites al máximo, de la mujer que se hizo madre y necesitó parir a su propia madre interna, y de la mujer que entrando en su climaterio está abriendo hueco a su madurez.
Todas mis edades van creando un movimiento hacia dentro, donde se entremezclan y danzan de forma continua en la espiral de la vida.
Hay temporadas en que una edad está más presente, y me trae algo a lo que necesito poner luz, desde la llegada de una noche oscura, a través de una incomodidad, síntoma o dolor. Y estoy navegando con él, aprendiendo a acompañarlo, sintiendo las resistencias, la lucha, el cansancio, hasta llegar a una rendición, y recibimiento de la sabiduría del proceso.
Es un proceso de automaternaje que me enseña a recoger los trocitos de mi que fui dejando en el camino, los jirones del alma que desean ser vistos y reconocidos, ese dolor de la falta de mirada, del rechazo a lo que duele y molesta.
Es un camino en el que permito dejar morir a aquellas partes con las que no me identifico, y le hago espacio al duelo, al dolor de desprenderme de creencias con las que se identificaba mi ego.
Entrando después en una despersonificación, es decir, si yo ya no soy esto, quién soy realmente?
Y luego hay un vacío por ese duelo, y está bien sentir ese dolor, pues necesita ser atravesado para pasar del desierto al oasis.
Y te atreves a jugar con tu niña, o viene la adolescente a que le digas qué guapa eres! O quizá llega en algún momento, una vieja muy arrugada que te mira a los ojos de frente y ves en ella todas tus edades, y la experiencia auténtica de haberse convertido en la mujer que simplemente “es”, sin más, natural y verdadera.
En ello estoy, y honrada de ser doula y sentir lo que soy.
Me siento guardiana de la vida e hija de la tierra.
Soy la que acompaña a la madre cuando abandona su cuerpo y atravesando el desafío, va a por su bebé en su parto.
Soy la que en ese proceso se vuelve transparente para no ser vista, pero sí sentida.
Soy la que acompaña a entrar al desierto a la mujer en procesos vitales de crisis y transformación.
Lo hago desde el cuerpo, y desde el tesoro de la palabra, iluminando desde la consciencia esa bendita sombra, ese dolor como regalo y oportunidad para escuchar la voz del alma.
Si quieres un acompañamiento desde ahí en el proceso en el que te encuentras, aquí estoy… en mi … tienes un lugar.
Imparte: Natalia Trujillo, doula especializada en el trabajo corporal durante el embarazo y puerperio, con más de veinte años de experiencia en técnicas corporales y de movimiento.
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